lunes, 18 de febrero de 2008

VEGABAÑO













Se llamaba Cristina.

La piel blanca y suave, una media sonrisa dulce un tanto irónica
Monalisa meridional, cálida y melancólica

Nos conocimos en el alto valle de Sajambre

Prados, riscos, grandes hayedos de frescas hojas verdes,
arroyos despeñados entre rocas, árboles y al fondo…

resonaban en mi mente las églogas de Garcilaso que
acababa de leer ese mismo curso

Yo tenía quince años y ella diecisiete

Una tarde nos perdimos en el bosque
atravesamos el arroyo, remontamos por el valle
por la estrecha vereda que escalaba hacia el puerto
nos alejamos del pueblo hasta que apareció tras la colina
como un pequeño belén entre los musgos

Bajo un altísimo cerezo preñado de fruta y sobre la hierba fresca recién cortada

Comimos las cerezas, gustamos nuestras bocas frescas de entonces
sobre el heno oloroso, y bajo el cielo grande
rozaban mis labios tu piel como la niebla cálida abraza las cumbres
al caer la tarde

Y cayó la tarde y tronaron las nubes, retumbaron los montes
donde vagaba el oso hambriento y volaban las águilas inmensas

al anochecer me perdí en tus ojos,
Henchido de deseo viajé por tu cuerpo, colina abajo
Besé tu suave vientre adolescente, tu piel blanca y fría
Y lentamente la flor rosácea de tu pubis se abrió cálida
entre mis torpes dedos

te negabas al placer y me pedías besos,
sólo labio contra labio,
tiernas lenguas enlazadas

Pero al final,
ojo por ojo,
diente por diente,
beso por beso
tus dedos se alargaban
hacia mi cintura
y me dejaste que siguiera
repasando el húmedo pistilo
de tu vientre,
suavemente recorriendo
los estambres cálidos,
tus pétalos abiertos hacia el cielo nocturno

y mientras te miraba
fijamente arrobado,
tus verdes iris brillaban de deseo
y el cálido aliento jadeante de tu boca
anunció el espasmo inminente de tus sentidos


imagen tomada de http://www.picoseuropa.net/invi/gabi/vb.php

miércoles, 13 de febrero de 2008

XANADÚ

Se llamaba Esther, teníamos trece años. Yo me sentaba en el pupite detrás de ella y Esther junto a Margarita. Las dos eran muy altas, más que yo, la otra rubia y ella castaña. Las medias azules le llegaban casi hasta las rodillas y llevaba una falda corta escocesa de uniforme y una rebeca azul marino sobre la blusa blanca.

Olía a primavera y yo contemplaba por la ventana las nubes que a lo largo de la tarde iban creciendo sobre las cumbres del Guadarrama lejano, con sus restos de nieve ya casi invisibles tras las últimas tormentas. Crecía el espliego y florecía la jara blanca y pegajosa en los campos que rodeaban al colegio. Bajo la ventana se extendía el bosque del Soto de Viñuelas donde decían que había gamos y jabalíes y las flores pardas y arracimadas de las encinas daban un toque de color que contrastaba con el verde intenso de sus ramas…

Aquel fin de curso en la fiesta bebimos coca cola y fanta de naranja, comimos patatas fritas y ganchitos y nos deleitábamos con la emoción del baile que se avecinaba al final de la tarde… los grupos de chicos y chicas separados hacíamos comentarios sobre los del sexo opuesto y las chicas se escapaban corriendo cuando alguno de los chicos se acercaba a ellas.

Recuerdo sobre todo sus ojos castaños, la desnudez parcial de sus largas piernas, el perfume de su pecho cuando giraba sobre sí misma al bailar y despedía un dulce olor adolescente, que mantenía mi mirada clavada en su pelo suelto y largo mientras nos movíamos al ritmo de una “Xanadú”,

una pegajosa canción hortera de Olivia Newton John que pocas veces he vuelto a oír pero que no puedo desligar del recuerdo de su olor, su cuerpo fresco, su mirada clara que cuando se posaba en mis ojos me abría mi pecho y me hacía sentir que el mundo en ese instante era un grande y prometedor paraíso de sensualidad y bienestar.