Se llamaba Cristina.
La piel blanca y suave, una media sonrisa dulce un tanto irónica
Monalisa meridional, cálida y melancólica
Nos conocimos en el alto valle de Sajambre
Prados, riscos, grandes hayedos de frescas hojas verdes,
arroyos despeñados entre rocas, árboles y al fondo…
resonaban en mi mente las églogas de Garcilaso que
acababa de leer ese mismo curso
Yo tenía quince años y ella diecisiete
Una tarde nos perdimos en el bosque
atravesamos el arroyo, remontamos por el valle
por la estrecha vereda que escalaba hacia el puerto
nos alejamos del pueblo hasta que apareció tras la colina
como un pequeño belén entre los musgos
Bajo un altísimo cerezo preñado de fruta y sobre la hierba fresca recién cortada
Comimos las cerezas, gustamos nuestras bocas frescas de entonces
sobre el heno oloroso, y bajo el cielo grande
rozaban mis labios tu piel como la niebla cálida abraza las cumbres
al caer la tarde
Y cayó la tarde y tronaron las nubes, retumbaron los montes
donde vagaba el oso hambriento y volaban las águilas inmensas
al anochecer me perdí en tus ojos,
Henchido de deseo viajé por tu cuerpo, colina abajo
Besé tu suave vientre adolescente, tu piel blanca y fría
Y lentamente la flor rosácea de tu pubis se abrió cálida
entre mis torpes dedos
te negabas al placer y me pedías besos,
sólo labio contra labio,
tiernas lenguas enlazadas
Pero al final,
ojo por ojo,
diente por diente,
beso por beso
tus dedos se alargaban
hacia mi cintura
y me dejaste que siguiera
repasando el húmedo pistilo
de tu vientre,
suavemente recorriendo
los estambres cálidos,
tus pétalos abiertos hacia el cielo nocturno
y mientras te miraba
fijamente arrobado,
tus verdes iris brillaban de deseo
y el cálido aliento jadeante de tu boca
anunció el espasmo inminente de tus sentidos
imagen tomada de http://www.picoseuropa.net/invi/gabi/vb.php