martes, 8 de septiembre de 2009

My Foolish Heart


Con regusto de almendras amargas en el paladar escucho a Bill Evans. No sé si insistir… quizás debería controlarme un poco como los caballeros, esos que dicen que saben estar y al final se llevan el gato al agua cuando les place, suponiendo que sea cierto. A fin de cuentas dicen que el autocontrol, tan de moda actualmente, da sus frutos a largo o, con suerte, medio plazo. Me pregunto cuánto hay que esperar a que llegue el medio plazo. Por otra parte tampoco tengo muy claro si estás todavía en Barcelona o has regresado a Madrid. Ni siquiera sé si no me quieres ver por el momento o si no me quieres ver, punto y aparte. O si, suponiendo que estés aquí… estés dando un pequeño repaso a tus amigos locales, esos a quienes pruebas, como diría Ángel González, “con la boca”. Claro que, bien pensado, también podría proponerte directamente que quedáramos y allí entraría en juego mi propia ambivalencia. Un sí demasiado entusiasta podría desinflarme levemente, pero solo ligeramente… como esos globos que quedan arrinconados a las cuatro de la madrugada tras un cotillón de fin de año; no acaban de perder fuelle completamente pero se presentan francamente desmejorados frente a su inicial prestancia del comienzo de la noche. Por otra parte una abierta negación o un “otro día quizás, más adelante… cuando se me pase el muermo” podría renovar mi limitado brio amatorio al sentir esos pequeños y levemente punzantes aguijones de los celos, como las exactas agujas del acupuntor. Creo que no hare esa llamada, por ahora… mañana, perdón esta noche, digo… luego más tarde, quizás, no puedo prometeros nada…. Todo dependerá de “My Foolish Heart”…