lunes, 21 de abril de 2008

LA NOCHE EN ASIRIA
























Estuve toda esa tarde de invierno
en el Metropolitan Museum
paseando junto al templo egipcio
bajo su enorme cámara acristalada
vi la nieve que al caer sobre el vidrio empañado
se acumulaba dulcemente
tiñendo la estancia de una suave luz crepuscular

Luego pasé a la estancia
donde estelas babilónicas
mostraban dioses alados
recogiendo rígidamente el codiciado fruto

Leí la transcripción de antiguas tablillas
en que morenas princesas dolientes
hace miles de años...
añoraban al amado junto a la acequia
al pie de la palmera,
resguardadas bajo su sombra
del desierto abrasador

Recordé entonces una noche del verano anterior...

Kara me invitó a su estudio,
un enorme loft destartalado
Sobre la calle West Broadway

De los cafés subían las risas alcohólicas
de una cálida noche llena de sueños y promesas

Manhattan palpitaba lúbrica bajo la luna de agosto

Entre copas de vino me mostraste tus dibujos
en la última edición de vuestra revista
un rudo fanzine, crudamente urbano… casi como tú
arcaica y metropolitana a la vez

Al contraluz de la farola
a través del ventanal
contemplé de nuevo
tu largo pelo negro,
tus grandes ojos almendrados
tu hermosa y altiva nariz oriental
tu perfil hierático…
como las diosas asirias de los frescos

Felina y hermosa
te arrancaste la ropa de un zarpazo
y me invitaste a gustar
el recóndito pliegue de tu pubis

Con hambre de siglos probé
dulces libaciones de hidromiel
y tus gemidos espantaron
de golpe
las garzas blancas del palmeral.

martes, 8 de abril de 2008

INOPORTUNO DOLOR



Te dejé marchar y te alejaste llorando
Lloramos toda una mañana bajo la lluvia de febrero
Nos abrazamos bajo las cálidas mantas
Y enjugaste mi rostro mojado varias veces
mientras el pedernal de mi pecho se quebraba bajo el tuyo

Lloraba la impotencia de no poder quererte
Lloraba por mis manos inmóviles
incapaces de estrecharte
Mis amargos labios sellados
que no pudieron besarte
con la dulzura que los tuyos exigían

Nos amábamos lúbricos, 
violentamente a zarpazos
embistiéndonos como animales heridos
y, a pesar de todo…
ardía el deseo en la pira en que enterramos el amor

Corazón amordazado ya tres años
aprisionado en anhelos imposibles y recuerdos sin fruto

No te dejé entrar en mi alma
La poca ilusión que en mi pecho generabas 
se arrastraba doliente a nuestros pies 
buscando calor entre las sábanas

Ahora gimes bajo el abrazo de mi amigo
aquel que te ha sabido querer y anhela tus llamadas
tu voz cálida, tus grandes ojos verdes sonrientes
a cuya lumbre se calienta hora

Y yo me pudro de impotencia
mientras pasáis riendo bajo el sol de abril

¿hasta cuándo azotará mis sienes
la ventisca de un invierno largo?

¿En qué rincón se esconde la primavera de mi alma?